DEPORTE Y POLÍTICA, BAJO EL MICROSCOPIO.


Álvaro Nieto Hamann

¿Qué conexión puede existir entre el Presidente norteamericano Bill Clinton y el Tour de Francia? Que se sepa, Clinton es poco o nada aficionado al ciclismo y, a su vez, para los organizadores de la competencia reina del pedalismo mundial lo que acontezca en la Casa Blanca es un asunto para los analistas políticos en el cual nada tiene que ver el deporte.

Sin embargo desde hace pocas semanas (julio 98), algunos hechos le quitan el sueño a más de un ciclista así como al mismo Presidente norteamericano y a sus allegados.

Como producto de sus impetuosidades eróticas, el primer Mandatario de los Estados Unidos supuestamente dejó algunas huellas sobre el vestido de Mónica  Lewinsky. La damita en cuestión asegura que la “mancha” es nada más y nada menos que esperma presidencial. De comprobarse la veracidad de lo afirmado por la antigua becaria de la Casa Blanca, el señor Presidente se vería sometido a un complejo proceso jurídico. Esa, claro, es otra historia.

Pero como no se podría condenar a una persona, y menos si es el Presidente de la nación más poderosa del mundo, si no existiera una evidencia contundente, resulta indispensable hacerse a esa prueba. Aquí ya no se trata de buscar la verdad jurídica sino de algo más complejo, cual es la verdad científica. Para ello Mónica entregó al FBI el vestido con la mancha.

Los científicos al servicio del FBI deberán someter la macha a prueba del ADN para determinar si es o no de origen presidencial. La prueba del ADN permite tener una certeza científica del 99.99%. Serán los jueces quienes luego tendrán que determinar la verdad jurídica con todas las consecuencias de ello.

Al tiempo que este episodio se cernía como una tormenta sobre la Casa Blanca, al otro lado del mar, en Francia, se vivía una historia traumática para los ciclistas que participaban en el Tour. Algunos de ellos habían sido denunciados por ingerir drogas prohibidas con el ánimo de incrementar su capacidad deportiva. El rumor llegó a tal nivel que fue imposible acallar el ruido por lo que intervinieron las autoridades policivas. Resultado: cinco ciclistas y técnicos detenidos y, lo que es peor, la explosión de denuncias sobre el uso de drogas prohibidas en casi todas las competencias deportivas, inlcuidos los Juegos Olímpicos.

Y no es que la policía francesa se haya vuelto moralista ni esté dando la pelea por salvaguardar el juego limpio. Es que el uso de ciertas sustancias constituyen una amenaza real conta la vida de quien las usa, según se ha demostrado exahustivamente con ejemplos dramáticos. Entre tales sustancias se mencionan la Creatina (recuperación muscular vs. diarrea y calambres), la Eirtropoietina ( mayor resistencia vs. ataques cardíacos), los Esteroides Anabolizantes (recuperación muscular vs. afecciones al hígado y cáncer), el Acetato de Ciproterona (conserva la agilidad vs. freno del desarrollo sexual), la Hormona de Crecimiento Humano (aumento de la masa muscular vs. deformaciones óseas).

Aquí, por supuesto, hay un problema no solo científico sino ético que cuestiona no solo a los deportistas y técnicos sino, principalmente a los médicos que les asisten.

En éste, como en otros escenarios, algunos científicos luchan por detectar e impedir el uso de nuevos medicamentos riesgosos para los deportistas; pero es claro que hay otros científicos que trabajan por diseñar y producir sustancias dopantes que no puedan ser detectadas por las técnicas tradicionales.

La ciencia, una vez más, se convierte en el eje de la polémica. Como en el caso de la mancha presidencial.

Resulta claro que cada vez con mayor frecuencia la ciencia juega un papel clave para acercarse a la realidad. Ni el más avezado de los jueces, ni el más intrépido de los detectives, podría dar un veredicto sin la certidumbre que puede brindarle la ciencia y la tecnología.

El destino de Mónica, el futuro político de Bill Clinton, la suerte deportiva de los ciclistas del Tour de Francia, depende de las pruebas de ADN y de los exámenes de orina y de sangre. Como quien dice, la ciencia tiene la última palabra.
 


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