HISTORIAS

TESTIMONIOS DE PERSONAS AFECTADAS POR TRASTORNOS DE LA ALIMENTACIÓN

NOTA: Los nombres reales de los entrevistados aquí han sido cambiados con el fin de cuidar la identidad de las personas que dieron su testimonio. Todos los nombres que aparecen en este documento son ficticios.


Paola tiene tez trigueña, cabello negro con rasgos de su otrora esplendor, ojos inexpresivos, pesa 40 kilos, mide 1.75 metros y está en una etapa aguda de anorexia. Come todo el día piña y cuando acaba se siente tan mal que se toma hasta tres litros de agua. Paola tiene 15 años.

A pesar de su debilidad ella hace todo lo posible por controlar a sus padres, con quienes vive en una ciudadela apartada. Al salir a mercar ella sólo quiere que compren cosas baratas y nos les deja traer el número de abarrotes suficientes para la semana. Paola se preocupa por la crisis económica del país, teme mucho por el capital económico de sus padres y por la forma en que estos trabajan. Las peleas entre sus padres y ella son terribles. Paola no teme que la vean delgada, no le importa que sus huesos se marquen de manera impresionante y la gente siempre se la quede mirando.

Después de cuatro años de sufrimiento intenso por su trastorno tiene problemas con las directivas de su colegio por su inocultable enfermedad. En el colegio culpabilizan a sus padres y les recriminan diciendo que la niña podría ser mal ejemplo para sus compañeras. También les advierten que no se responsabilizarán si a la niña le pasa algo en el colegio. Paola estudia en un colegio de prestigio donde el índice de afectadas por trastornos alimentarios tiene preocupada a la Asociación de Padres de Familia. A pesar de todo Paola consiguió que la emplearan en vacaciones para ayudar en algo a sus padres con la carga económica. Se la pasa todo el día en su trabajo y al regresar a casa le dice a su madre que en el colegio ella 'comió'.

Dos meses después de que Paola empezó a trabajar sus padres encontraron a una psicóloga joven que ha leido mucho sobre el tema de los trastornos de la alimentación. Se lleva bién con la niña y ha empezado a mostrar síntomas de mejoría.


Camila es morena, luce corto su cabello castaño, pesa 55 kilos, mide 1.65 metros y desde hace 1 año que su lucha contra la Anorexia y la Bulimia comenzó a dar frutos.

"Yo no salía de mi casa ni a rumbear ni nada, yo era juiciosa. De pronto era muy inestable pero mira, tenía un novio de 4 años y medio. Yo me decía, "bueno yo estoy con mi novio, después de todo el me quiere y ya, me voy a casar con él y yo no tengo la posibilidad de mirar a otra persona", pero de todas maneras a mí si me había entrado como un complejo de gordura. Yo me queria poner algo de ropa y mi familia me decía "no no se ponga eso que usted es gorda!".

En el colegio le decían a uno cosas, uno pasaba cerca de un grupo y decían duro "Uy, empezó a temblar, o gorda maletuda... todas esas cosas a uno le van afectando. Una vez un tío me dijo "Usted tiene que adelgazar porque así nunca va a poder cambiar de novio, nunca nadie más se va a fijar en usted", todas esas cosas a uno lo van afectando, que la gente le empiece a toda hora a decir "vea como está de gorda!". Ahora creo que lo que verdaderamente me impulsó fue la ruptura con mi novio con el que duré 4 años y medio. El me cambió por una sardina toda flaquita, delgadisima!, entonces yo me metí en la cabeza que él me había cambiado por ella era porque yo estaba gorda.

Mi novio nunca me trataba mal pero sí me trataba de insinuar que me cuidara, que hiciera dieta, aunque él veía otras cosas en mí más que mi cuerpo. Yo había ido donde una nutricionista, dietista, había hecho de todo y nada me servía, hasta que una pelada de la U me contó que ella tomaba Dualit. Recuerdo que ese día yo me prometí que costara lo que costara tendría que adelgazar, entonces compré la pesa, el metro y las pastillas en San Andrecito y empecé. Cuando acabé el primer frasco las conseguí en "La 14".

Me empecé a volver una hormiguita, hacía aseo en mi casa todo el tiempo, ejercicio hasta de noche. Una vez los vigilantes me regañaron pues estaba patinando a las cuatro de la mañana. Así empecé a rebajar en vacaciones de la U. Mi mamá estaba aterrada con mi perdida de peso y yo le dije que estaba haciendo una dieta. Mi familia se alegró pues muchas veces me habían regañado por parecer "una marrana". Estaba pesando 88 u 89 kilos y yo mido 1.57.

La primera semana recuerdo que bajé como 4 kilos por lo que cogí la rutina de pesarme todos los domingos. En el baño tenía pegado un papelito con todas las fechas y las medidas anotadas de busto, caderas y cintura. Al otro domingo me di cuenta que había empezado a bajar, yo me sentía como más holgada, yo me decía que estaba bien aunque sentía que esas pastillas me daban como mucha hiperactividad, una sensación que yo nunca antes había sentido. Yo queria estar siempre en la actividad física y no me daba nada de hambre, de un momento a otro dejé de comer y me daba muchísima sed.

Me compré ropa que nunca había podido usar, antes siempre usaba jeans negros y camisetas anchas y el pelo largo. Me lo corté. Mi mamá me pagó unas sesiones de gimnasia pasiva para reafirmar lo flácido y cuando llegué a la Universidad después de vacaciones nadie me reconoció. Los que nunca me miraban me decían que estaba linda, me invitaban a las fiestas que nunca me habían invitado. Fue terrible para mí darme cuenta de la forma en que la gente aquí ama la belleza física antes que cualquier otra cualidad.

Un día cuando andaba por la calle me encontré a mi exnovio que no me reconoció y me tiró piropos, eso fue lo peor. No podía dejar de tomar las Dualit, me creó dependencia, quería enloquecer. Fui al psicólogo de la U. y le conté que odiaba a los hombres por que siempre querían que uno fuera perfecta, el me preguntó que si yo era lesbiana. No volví, no comprendía mi dolor interior.

De tanto tomar Dualit estaba hiperactiva, ya llevaba dos meses de hambre crónica, ejercicio compulsivo y esclavitud al metro, la báscula y a las calorías. De repente salí a caminar en una de mis acostumbradas jornadas de quemar calorías como sea, pasaba por un parque cerca a mi casa y me desmayé... luego despierto en una clínica, ¿dónde están mis padres? le pregunto a una enfermera, me siento mareada y creo que me han dopado, ella responde 'usted tiene que estar aquí hasta cuando supere esa adicción', ellos vendrán por usted cuando la demos de alta'. Nunca he podido olvidar lo que soporté allí, ese dolor aún me acompaña.

Pasé tres meses allí junto con personas adictas a las drogas cuando mi problema estaba en el alma. Me di cuenta que ese lugar estaba cerca al Saladito pues era frío y lo comprobé el día que mis padres me recogieron. Cuando los vi no sabía que decir, tenía sentimientos confusos, odio por su abandono, recordé que justo en mi cumpleaños la pasé dopada mientras ellos estaban en la playa. Ellos no comprendían que no era drogadicta, que el Dualit era mi manera de asegurarme la falta de apetito, mi capacidad de saber que tenía el control, que había algo que era mío. Yo sin esas pepas sentía que me moría."

Camila, 24 años. Estudiante universitaria.


Carolina es una chica "alternativa"; le gusta el rock, toca guitarra en su tiempo libre y ama el cine arte. Su cabello es negro intenso y lo usa largo -como "virgen de pueblo" en sus propias palabras-. Sus ojos son muy expresivos, revelan mucho optimismo pero muestran también un poco de tristeza. Camila tiene 25 años, pesa 58 kilos, mide 1.70 metros. Hace dos años que dejó de vivir para obedecer los designios de la anorexia, ahora busca librarse del todo de sus garras y por ello visita dos veces al mes a su psicoterapeuta.

"En mi época de crisis a mi ya no me importaba nada el estudio, la gente, el novio, etc. Lo único por lo cual yo vivía era por bajar de peso sin importar cómo, ni cuando, ni a quién utilizaba. Me explico: si tenía novio me gustaba pelear con él, que me tratara mal o me hiciera 'hasta para vender' porque eso me 'deprimía' y obviamente no comía y yo 'perdía peso'. Si salía a rumbear no era porque me quisiera divertir o compartir con los demás, era porque 'brincar o bailar' me permitían quemar calorías, además de que me trasnochaba y no comía, entonces eso me hacía bajar de peso. No iba a la U porque me interesara la clase, sólo iba para irme a pie hasta allá y estar ocupada para no pensar en comer, incluso nunca salía del salón para no antojarme en la Cafetería, etc. Yo creo que ese es el extremo de esa enfermedad, porque uno pierde el horizonte y empieza a volverse esclavo de la anorexia."

Carolina M. C., Publicista, 25 años.


Silvia es una mujer muy alta, su figura imponente es admirada en la calle, en su universidad y también en los sitios que frecuenta los fines de semana -bares rockeros-. Su piel es blanca, su cabello es rubio, pesa 58 kilos y mide 1.80 metros. Acaba de terminar su carrera -de una rama de la salud- y reconoce que cuando tiene problemas deja de comer y que vive pendiente de su peso. Además se siente feliz de tener una cintura de "avispa" pues sus amigos le admiran el tatuaje que tiene en su vientre, además ella cree que este dibujo se le ve muy bien con los nuevos jeans descaderados que están causando furor en Cali.

"Recién había cumplido los 18, estaba terminando el colegio cuando a papá le comenzó un cáncer. A mi se me derrumbó el mundo, sentí que me moría. De un momento a otro empecé de manera inconsciente a dejar las comidas grasas, luego los azúcares, luego comía sólo verduras y me escudaba en el deseo de ser vegetariana... no puedo recordar el tiempo exacto en que pasó todo pero se fue dando.

"Como mi madre estaba ocupada con mi padre tal vez no percibió mi baja de peso. Cuando ella, que es enfermera, vió que había bajado 10 kilos en menos de un mes empezó a preocuparse. Sin tratarme mal y entendiendo sin chistar mis pataletas y locuras, logró llevarme a donde un terapeuta que me ayudó a vencer ese círculo interminable de pensamientos que me hacían dejar de comer y hacer ejercicios hasta más no poder en el gimnasio. De ese tiempo heredé muchas complicaciones en la salud."

Silvia, 23 años. Estudiante universitaria.


Gloría Perez, ingeniera industrial de 35 años, padeció de anorexia cuando tenía 18 años, en 1983. Hoy en día está casada y tiene dos hijas. Venció la anorexia despúes de un largo año de sufrimiento, y tardó varios más en recuperarse del todo de sus secuelas y dejar de vivir por lo que su mente le decía sobre el peso, la talla y la forma de su cuerpo:

"En un principio yo pensé que la perdida de peso se debía a mi crisis emocional; al hecho de que mi novio me había abandonado, yo creí que era por ser gorda. Yo era rechonchita y la gente me decía gorda. Veía "Oro Sólido", a las mujeres en las revistas, me comparaba, me sentía mal con mi cuerpo. Comencé a comprar revistas que mostraban dietas y ejercicios. Me propuse seguir todas las dietas, de cualquier forma quería ser delgada y recuperar un amor propio del cual no había rastro. Empecé a dejar de comer grasa, me desayunaba un jugo y un banano, me tomaba el café amargo. En el almuerzo, tomaba gaseosa diétetica y ensalada y en la noche no comía.

A las dos semanas todos me decían: "¡estás flaca!", yo decía que por envidia fingían estar preocupados porque querían ser como yo pero no tenían el valor de hacerlo, me decía: "¡No comeré para ser gorda como ellas!". Al mes estaba aún más delgada y mi estómago "crujía", amanecía cada día con ganas de comer pan, soñaba y alucinaba con el pan, pero todos lo comían y yo no era capaz.

Durante el primer año no comía literalmente nada y menos en público, yo me escondía a comer porque quería demostrar que era una mujer controlada, una mujer fuerte. Veía a los demás como marranos cuando comían. A veces la voluntad se me quebraba y comía escondida, me embutía todo lo que podía hasta que me daba indigestión. Entonces me entraba un pánico, un susto indescriptible. En medio de la angustia a veces llegué a tomarme hasta 8 sal de frutas. Yo le tenía miedo al vómito, aunque había escuchado que era efectivo para no engordar aunque se comiera, no era capaz, me daba asco, así que las sal de frutas actuaban como laxante. Yo me tranquilizaba cuando me comenzaba la diarrea y me enfermaba.

Me acostaba con una correa estrecha en el estómago. Todos los días me medía con un metro, todos los dias disminuía por lo menos un centímetro, era mi meta rebajar cada día y no aspiraba a alcanzar un cierto límite sino seguir rebajando hasta desaparecer, queria que se vieran claritos los huesos de las clavículas y los de las caderas. Montaba en bicicleta, hacía aeróbicos de forma compulsiva. Estaba en la Universidad en segundo semestre y a veces en el campus, con la aguantada de hambre y el esfuerzo constante, me caía mareada, perdía la memoria, me costaba retener las clases, la piel se me pusó verde, la menstruación se me paró por un año -eso era lo mejor para mí-. Cada día era más grave, no paraban los mareos y mi mamá me rogaba para que comiera. Llorando hablaba con mis amigas para que me convencieran de dejar esa vida tan absurda. Yo las veía y pensaba: "Ya vienen las envidiosas, quieren que sea gorda como ellas".

Mi mamá me consiguió una cita con un médico amigo de la familia, se llamaba Edgar -hoy fallecido-. Ella le contó el caso, le preguntó: "¿Cómo hago, no puedo meterle la comida a la brava?"

Me llevaron donde Edgar porque tenía un fuerte dolor de cabeza, pensaron que era un cáncer en el cerebro, me tomaron una escanografía. Él luego se citaba con mi madre para averiguar cómo me comportaba. Ese doctor en las citas me mostraba imágenes con mujeres gordas, deformes, obesas y luego las comparaba con retratos de gente muriéndose de hambre en Etiopía. Me cuestionaba: "¿Usted está así?, ¿Usted tiene hambruna?. Me hacía compararme con ambos cuadros y me convenció. Recuerdo que me dijo: "Esta gente se muere de lo que usted está haciendo!, usted está en una 'hambruna' como ellos".

Me fuí recuperando a medida que hablaba con él, luego me ayudó a comenzar a comer. El proceso de convencerme duró como dos meses, me decía que tenía que comer despacio, me explicó que no podía empezar a comer en demasía porque mi estómago se había disminuido de tamaño, que era como el de un bebé y que no succionaba lo suficiente.

Habló seriamente conmigo, hicimos un compromiso y él me prometió que yo cuando terminara el tratamiento iba a ser delgada y que no me iba a engordar. Llegamos a un acuerdo sobre el peso saludable que debía mantener: 55 kilos. Me enseñó a comer poco a poco, mi mamá me daba papilla como si fuera un bebé; fríjoles machacados, coladas, pures, etc.

La menstruación me llegó a los 3 meses después de haber empezado a comer. Al comienzo me daban mareos cuando comía. Yo comía con mi mamá al pie, ella me daba. Al principio sufría o de diarrea o estreñimiento, luego todo se normalizó. Seis meses duró el tratamiento para poder comer normalmente; al principio sólo desayunaba y almorzaba, no comía. Seguia teniendo algo de miedo, el miedo a engordar me duró muchos años.

El cuidado de la comida siguió permanentemente. Durante cinco años no fuí capaz de comer en ninguna fiesta. No comía nada de dulces y tenía problemas cuando me invitaban a comer. Sólo hasta hoy, más de 15 años después, he podido lograr relajarme para comer pues durante años siempre sentía culpa. A veces pienso que me estoy engordando pero recuerdo lo que me pasó y dejo de alimentar la mentalidad negativa.

Yo sufrí de anorexia porque el aguantar hambre suplía mis carencias en contra de todo y al proponerme seguir una disciplina fuerte, demostraba, a mí y a los demás, todo mi potencial. Cuando tenía anorexia y sentía que me engordaba, sufría de una ansiedad que no le deseo a nadie, eso me originaba desordenes digestivos, estreñimiento, abuso de laxantes y lavados. Recuerdo que era extremadamente disciplinada con el deporte y tenía una voluntad de hierro, era una esclava del ejercicio. Hoy en día por fin he dejado de pesarme.

Cuando estaba enferma llegué a odiarme a mi misma, me rechazaba, pensaba que mi cuerpo era el enemigo. Recuerdo que en el colegio los hombres nos rechazaban si no teníamos cola y senos bien destacados, eso sí, siendo flacas. Yo era perfeccionista, siempre estuve entre las primeras del colegio y la universidad, no tenía derecho a fallar. Competía con mi hermano y siempre fuí buena estudiante porque mi mamá me pedía que tenía que ser la mejor, si era segunda no valía, debía ser la primera o nada. Creo que mi papá y mi mamá me criaron en un ambiente negativo.

Cuando empecé a adelgazar todo se me había juntado; nos abandonó mi papá y estaba aferrada a un novio que ya no me queria.Yo creo que lo mio se debió a la falta del afecto paterno y eso lo empeoró el ambiente hostíl que él nos creó en casa, mi niñez no fue feliz, tenía baja autoestima, sentía que estorbaba en la casa. Cuando mi padre se fué nos tocó muy duro; siendo la mayor cargué con muchas responsabilidades y con la frustración de mi mamá; siempre hacía todo en función de los demás, para que ellos estuvieran bien, en esa época de enfermedad pensaba: "me muero!, ¿para qué vivo? ¿qué importo yo?".

Durante años siguió el miedo; ahora ya no siento esa mente poderosa que me decía: "Te vas a engordar!". Estoy segura de que es lo correcto y adecuado para mí, tampoco me descuido comiendo cosas malas, mantengo una dieta saludable pero cuando como mucho me da remordimiento.

Me casé cuando tenía 25 años. El embarazo fue horrible porque representaba engordar. Cuando nació el bebé comencé una dieta sana; yo me volví una experta contando calorías, en esa época todo lo analizaba, hacía cuentas mentales, calculaba restaba, sumaba; si comía hoy mucho mañana bajaba un poco de otro plato, etc.

Antes yo contaba todo, era esclava de los números, las cifras y las calorías, hoy por fin disfruto la comida sin pensar cuanto pesa y que tanto me va a a engordar. Yo peso 55 kilos, antes pesaba menos de 45 kilos y eso que soy alta, sólo podía usar talla 6 de niña.Después de 16 años pude subir a la talla 10 sin temor, sostuve 16 años una talla con el miedo.

Mi reto es que mi hija que es gorda pierda un poco de peso porque me da miedo que se vuelva obesa, pero no me atrevo a decirle nada, trato de que coma saludable. El miedo a sentirse gordo es horrible, pánico permanente, un infierno en vida, es tan bajo lo que uno cae y lo mal que uno llega a sentirse.

Aunque seguí un poco afectada emocionalmente me recuperé con lecturas y sesiones de psicoterapia. Primero leí sobre psiquíatria y psicología buscando el por qué yo y otras personas nos queriamos matar de hambre, había algo detrás de todo eso. Visité una psicóloga buena, durante 6 meses. Con ella logré abrirme y empezar a sanar un gran vacío emocional.

Hoy -diciembre de 2000- tengo 36 años. En diciembre del 82 empezó el infierno y comenzó a declinar un año después. Han pasado 17 años de los cuales un año aguanté hambre, pasé dos años criticos con miedo a recaer y durante siete años tuve secuelas de la enfermedad. La lucha ha sido dura pero creo que valió la pena. Una cuando es anoréxica no está en la capacidad de decidir por si misma, a una tienen que ayudarle a recuperar la cordura y a enfrentar su problema, gracias a Dios mi madre no se rindió y encontró un medico, que en paz descanse, que no se dejó amedrentar por un mal desconocido. Ahora no entiendo como muchos médicos dicen que la anorexia no es curable."

Gloria, 35 años. Profesional.


"Si vos me querés ver enojada no me digás puta o perra o alguna de esas pendejadas, dime gorda y te ganarás una enemiga de por vida.

Cuando era niña yo era toda gordota y cachetona como una marrana, nunca me sentí bonita y por eso me la pasaba estudiando o en la casa. En décimo conocí a un man y el cambió mi vida. Era un tipo poco recomendable pero yo lo adoraba y el me tenía como la chica buena y linda que era la única cosa decente en su vida. Por supuesto ese fué mi despertar sexual y desde entonces me acuesto con el man que quiera. Sin embargo mi tendencia a la gordura me aterra pues me hace sentir poco deseable, me hace sentir vulgar.

Desde hace seis meses estoy adelgazando lento pero constante por culpa de varias cosas que se han unido para hacerme la vida difícil. Primero, estoy haciendo una dura práctica profesional que me ha embolatado las comidas y hay dias en que solo mecateo y hasta llegar a casa cómo algo sólido. Segundo, estoy en tratamiento psiquiátrico y los antidepresivos me han recrudecido una gastritis horrible que desde hace meses tengo.

Cualquier cosa que como me molesta y vomito al menos una comida al día porque no la resisto en el estómago y el vómito es incontrolable. He cambiado de droga pero todas me hacen daño y no puedo suspenderlas porque mentalmente sí he estado más centrada y menos depresiva. No sé hasta cuando pueda aguantar este trén de vida... lo irónico es que un amigo vino hace poco a mi casa y para molestarme me dijo que estaba gorda, casi me empeloto para mostrarle lo contrario, aunque él no lo decía porque fuera cierto!!!. Toda la ropa me queda holgada y todos mis amigos me miran diferente ahora que he perdido peso......eso es bueno."

Fernanda, 24 años. Estudiante Universitaria.


"Tener una madre joven y afectuosa que se refiere a su única hija como "mi gorda" deja de tener gracia cuando uno está inconforme con su propio cuerpo. Mi mamá tiene 36 años y es muy bonita, siempre ha tenido un grán cuerpo y los hombres en la calle la piropean. Yo, en cambio, era gorda aunque buena estudiante y me alejaba de los hombres para no sufrir por ser despreciada.

Durante años me miraba al espejo varias horas a la semana revisando mis senos grandes, mi escasa cola, mi cara redonda, mi estómago flácido. Frente a las angustias comía como vaca y en diciembre me atosigaba de todo para luego en enero llorar y recriminarme por el peso ganado. Descubrir a los 17 que a pesar de no ser una sílfide atraía sexualmente a varios hombres rompió con mi inseguridad por mi cuerpo.

Ahora sé que puedo seducir a cualquiera que quiera, ningún hombre resiste la posibilidad de acostarse a una vieja. Aunque mi cuerpo todavía no me satisface lo acepto como es y además, como estudio dos carreras, por el trajín tan hijueputa he bajado una talla!!!. Ahora me coloco pantalones que antes no me entraban y todos se han dado cuenta y me felicitan y piropean!!!, alguna ventaja debía tener el comer mal y a deshoras y el aguantar hambre para no gastar tanto dinero en la U. Este semestre no pienso desayunar, vamos a ver si bajo otra talla!!!."

Lucía, 19 años. Estudiante universitaria.


¨Ese día planeé la ida a la finca, le dije a mí mamá que me iba dizque porque necesitaba estudiar y saqué todo el dinero que tenía en la cuenta de un trabajo que había hecho en vacaciones. Ya llevaba varios días aguantando hambre así que me fui a Carulla y me compré las cosas más dulces, grasosas e hipercalóricas que pude: chocolatinas jet, varios paquetes de masmelos, papitas margarita, compré pandebonos, un litro de Yogurt, arequipe, quesos, pasteles de bocadillo... tantas cosas, me gasté un platal!!!, la ansiedad me podía.

Aunque me había prometido una y mil veces no hacerlo más, no podía evitarlo, las ganas eran más fuertes que yo. En cuanto llegué le dije a la cuidandera que no se preocupara por mí que yo había traído mi mecato, me encerré en la cabaña y no salí. Ese largo fin de semana me la pasé hartando y vomitando.... al final me salía sangre de la garganta, me había cortado el dedo. Cuando vi la sangre me angustié, lloré desconsoladamente, me quedé dormida en medio de la sensación de borrachera. "

Marcela, 20 años. Estudiante universitaria.


"Yo estaba recién entrado en la Universidad y me sentía fofo, empecé a mirar a los otros compañeros y me decía: "John así de flaco y musculoso debes estar". Me empezó a dar ansiedad, como me sentía como un cerdo no podía comer nada. Aguantaba hambre, luego iba a la cocina y me comía un pan, entonces pensaba si me como un pan entonces me como dos, y tres, y un yogurt, y queso, y arroz que había en la olla, y galletas con mantequilla, arepas... comí como loco, luego me dio un rebote horrible. Recordé que una amiga me había contado que cuando ella quería rebajar, comía pero vomitaba. Empecé a hacerlo pero me sentía muy mal, me daba asco así que fui al gimnasio, hice ejercicio. Me sentía mal por comer, entonces como no podía dejar de comer y lo hacía por cantidades enormes, cuando terminaba y me sentía culpable me iba para el gimnasio todo el día y hacía aeróbicos, pesas, nadaba, me metía al turco, al sauna..."

John, 19 años. Estudiante universitario.

 


Claudia es chica muy nerviosa; su hablar ahogado, la forma en que mueve sus manos sudorosas cuando habla, sus ojos perdidos que insisten en mirar al suelo, lo afirman. Desde hace 4 años es presa de las "pepas", el gimnasio, la droga, la mentira y el dolor de vivir encerrada en una prisión llamada Bulimia.

"Cuando yo tenía 18 años me fui a estudiar actuación a Bogotá, yo estaba feliz, pero en una audición me rechazaron. Yo tenía todas mis ilusiones puestas en ese papel que me daría la oportunidad de salir en televisión, así podía demostrale a mis padres lo buena que era en esto, además de retribuirles todo el gasto que tenían conmigo por mantenerme en esta ciudad. Me dolió, me sentí diminuta en mi interior, y me sentí gigante en mi exterior cuando me comparé con la niña que habían elegido, una rubia con cinturita de avispa con una particular apariencia entre ingenuidad infantil y femme fatal.

Pensé que todo era culpa de mi gordura, siempre he sido un poco más pesada que las otras niñas de mi edad. Empecé a aguantar hambre, como en Bogotá nadie me vigilaba no tenía problema con eso, pero no era capaz de soportar el ardor en el estómago y me abalanzaba sobre lo primero que encontrara; podía poner a calentar una arepa y si comía un pedazo pensaba que me engordaría hasta reventar, y si un pedazo me engordaba pues mejor preparaba todo el paquete, con mantequilla, chocolate, si podía comer pan, queso y tomar yogurt mejor. Comía de todo, las mezclas más extrañas de forma compulsiva. Cuando finalizaba me daba asco de mi misma y me metía 'toda' la mano hasta la garganta para vomitarlo todo, el olor era insoportable, el dolor en la garganta y la irritación terrible. Supuse que no podía con eso, tomé laxantes a lo loco y todos los productos que vendían contra el estreñimiento.

Leí en un vademécum que el Hidrosicot podía reprimir el hambre y me compré un frasco, hoy dos años después no puedo dejar de consumirlas. Para esa época mi papá estaba preocupado pues me gastaba el dinero rápido y pedía más; cómo me podía durar con el gimnasio, los laxantes, las pepas, la cantidad de comida. Mi papá viajó desde Cali, yo le dije que estaba enferma pero que ya me estaba recuperando y en uno de sus descuidos le robé dos cheques de su chequera. Cuando se devolvió falsifiqué su firma, hice los cheques por varios millones de pesos. La obsesión no me dejaba tranquila, así que con mis mejores galas fui a una clínica y me hice una Liposucción. Recuerdo el dolor de la recuperación, sin poderme mover de la cama, sin nadie que me cuidara, la tensión. Todo se me vinó encima cuando a mi papá lo llamaron para decirle que los cheques no tenían fondos. Así que él se enteró y le tocó pagarlos, casi me mata, me obligó a volver a Cali. Luego entré a la Universidad a estudiar diseño publicitario.

La Bulimia me ha generado tanta presión que a veces no soy consciente de lo que hago, actúo por impulso. Una vez me robé el forro protector del carro para comprar dualit, otra vez la bicicleta de mi novio para pagar otras pepas, también he llegado a probar cocaína y no me atrevo a dejarla pues creo que si lo hago engordaré. Lo que me duele es que mis padres parece que ignoran lo que sufro; ahora ellos creen que estoy estudiando pero me retiré pues la verdad me gasté la plata del semestre en una mesoterapia, pagué el gimnasio, sesiones de gimnasia pasiva, libros sobre dietas. Me la paso haciendo ejercicio, para que piensen que estoy en clases. No se cuanto voy a aguantar esto, he leído que esta enfermedad le jode a uno todo. Yo sueño con amanecer un día y dejar de pensar que me voy a convertir en la mujer ballena, mientras tanto pienso o creo que ya lo soy, que este mundo es mi circo y que todos gozan con mi espectáculo. Yo lo único que quiero es sentirme satisfecha sin tener que atiborrarme de comida."

Claudia, 22 años, Estudiante universitaria.


"Mi colegio quedaba por Pance, un sitio realmente hermoso que poco disfrute pues en el colegio era relegada por ser gorda... - !Gorda Maleta! , !Oinc, Oinc, Oinc! - aun puedo escuchar sus risas en mi memoria. Mi aceptación social era nula, mi autoestima pobre. Un diciembre durante la feria una prima que vino de Montería me recomendó que tomará Dualit -droga inhibidora del apetito- sin pensarlo empecé a tomarlas, en unas semanas logré bajar de peso.

Regresé al colegio con una nueva imagen -a costa de la hiperactividad, la ansiedad, la dependencia, la inanición, la desesperación y el nerviosismo tan berraco- y mis compañeros que nunca se habían fijado en mí para otra cosa que burlarse me asediaban, y mis compañeras me hacían las invitaciones que nunca me habían hecho en cuatro años. En un principio me sentí abrumada, luego fortalecida. Tal vez por el huraño comportamiento que me generaba esa pepa comencé a generar una animadversión contra todos aquellos seres a quienes no les importaba lo que era, sino lo que parecía... La Maritza que habían rechazado y ahora halagaban era la misma, sólo tenía unos kilos menos... "

Maritza, 19 años, estudiante universitaria.


"Todo comenzó luego de la pérdida de nuestro único hijo en un accidente, ella no pudo superarlo, estuvo hospitalizada un par de veces pues no comía por nada del mundo, perdió interés en mí, en la vida, en sus padres, nada le importaba sólo dejarse morir, y lo logró, la anorexia me la arrebató y en realidad no quisiera seguir hablando de eso.

Eso hace ya tres años, estuvo interna en varias clínicas aquí en Cali, los médicos al principio creían que tenía SIDA y le hicieron muchos exámenes. Era una mentira, no le diagnosticaban lo que era, más que la depresión normal que le podía producir el dolor de la muerte del niño ella estaba matándose, pero era lo que más se podía ajustar a este extraño padecimiento, a este suicidio lento, tortuoso..."

Marcos Hernández, Comerciante. 30 años.

 

 


"Mi papá tiene 55 años, siempre ha sido pesadito, un tipo normal y trabajador, dedicado al negocio que tenemos de insumos para odontólogos. De repente nos dimos cuenta -mi mamá y yo- que empezó a cambiar su alimentación; miraba todo el tiempo las etiquetas de los productos, cuando mercaba escogía sólo los productos light, discutía con mi mamá porque ella le recriminaba que eran más caros. A mi me tocó dejar de acompañarlos pues no me aguantaba ese siriri.

En fin, el viejo empezó a correr todos los días, pero no como los papás que trotan por la mañana, sino al medio día, por la noche, se metió al gimnasio y dejó de comer normalmente. Lo que más le aterraba a mi mamá es que dejó de importarle el negocio, cosa rara en él pues siempre ha sido medio adicto al trabajo. Mi mamá se preocupó pues él era el encargado de hacer contactos importantes para vender nuestros productos, en cierta manera le tocó todo el peso a ella pues él cambió por completo. Ahora parece que le ha mermado pero esta re-flaco y ya no es el mismo, parece preocuparse enteramente en cómo se ve."

Alejandro, 21 años. Estudiante Universitario.


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Pedro Mendoza-Chadid, Eduardo Posada-Hurtado © Copyright 2001.© Las Ilustraciones han sido tomadas de varios portales en Internet y revistas. Estas han sido adecuadas por Pedro Mendoza-Chadid. © Última revisión: noviembre de 2001© Última modificación de la página: 15 de noviembre de 2001